lunes, 26 de diciembre de 2011

TRISTEZA


Eliodoro se levantó junto con el sol, ese día a diferencia de otros, su ánimo estaba mucho mejor, no se sintió vacío como casi siempre. Así que se dirigió al baño y se bañó disfrutando del agua al grado que terminó chiflando una melodía que no existía.
Cuando estuvo vestido, se sorprendió del hambre que sentía, por lo tanto salió de casa y se dirigió con diligencia hacia el cercano mercado, a sólo unas cuantas cuadras de su casa. Rápidamente se dirigió a la zona de la comida preparada y se sentó en la barra del puesto de Doña Agustina, y sin mediar saludo pidió un plato de menudo y tortillas hechas a mano. Comió rápidamente, pagó su consumo y salió a la calle.
Cuando el sol le dio en el rostro, descubrió que nuevamente se hacía presente la tristeza. No encontró satisfacción alguna en lo comido, no encontró razón para sentirse satisfecho. Ya no supo qué hacer, así que empezó a caminar sin objetivo fijo, no iría a ningún lado, no regresaría a casa, sólo empezaría a caminar sin rumbo fijo. Caminó sin mirar a ningún lado, sin fijarse en las personas con las que se cruzaba, sólo caminaba, caminaba, caminaba.
La oscuridad que le rodeaba y lo dificultoso del camino le regresaron al mundo real del que había salido sin proponérselo cuando salió del mercado desde muy temprano, tropezó con algo y al tratar de fijarse en la causa de su tropiezo descubrió que no podía distinguirlo, la noche era oscura, cubierta de nubes, sin estrellas, sin luna, sin los reflejos de ciudad alguna. Mucho habría de haber caminado para estar en un lugar así, desconocido.
Su ensimismamiento lo habría conducido a un sitio desconocido, donde no sabía hacia dónde dirigir sus pasos, si es que tuviera deseos de dirigirse a algún sitio en especial.
No lo tenía, ni le importaba el lugar donde se encontraba, ni si era un buen lugar o si sería peligroso estar ahí. Sólo se detuvo a pensar el porqué le preocupaba el que pudiera tropezar o correr el riesgo de lastimarse, él sabía que estaba triste, no sabía por qué estaba triste, pero sabía que lo estaba. Su tristeza lo arrastraba, lo dominaba y no estaba dispuesto a luchar en contra de ella. Ya formaba parte de él desde hace mucho tiempo; no sabía desde cuando era parte de su día, de su sueño, de su llanto.
Lloraba durante horas hasta que el sueño le cerraba los ojos a las lágrimas; y al día siguiente eran sus ojos abarrotados de lágrimas acumuladas los que le regresaban a la realidad, ya que apenas iniciaba el día, se inundaban nuevamente con las lágrimas acumuladas durante las horas de sueño.
Su tristeza era su vida y su muerte no buscada. Su tristeza era indefinida, no sabía si era por él mismo o por otra persona que él se sentía así. Sabía que no era por descubrirse viejo y sin medios para vivir, porque aunque viejo no era ni se sentía, tenía los medios para vivir, los suficientes para sobrevivir como fuera. Sabía que no era por una mujer, sabía que no era por la muerte anunciada de parientes o amigos, sólo sabía que su tristeza estaba ahí, inamovible, insostenible, insospechadamente triste.
Ahí se detuvo, no había adonde ir, no había nada para esperar. Ahí se detuvo todo.

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