jueves, 1 de octubre de 2015

Lágrimas 2.0


El usuario (30 años, aspecto casual) tomó asiento a mi lado y me dijo:
―Al aeropuerto, por favor.
Accioné el taxímetro y, nada más iniciar la marcha, se acomodó de lado, mirando hacia la ventana, de su maletín de mano, sacó un ordenador portátil, lo situó sobre sus piernas y desplegó la pantalla. Tecleó algunas veces después el hombre soltó:
―Hola, cariño.
-Hola, cielo -dijo el ordenador. Miré de reojo nuevamente: la pantalla mostraba la imagen de una mujer en videoconferencia (rubia, ojos grandes y azules) y, en su margen inferior izquierdo, un recuadro de mi usuario captado por la webcam de su portátil. Skype, supuse.
-Ya estoy en el taxi, camino del aeropuerto -dijo él a la pantalla.
-¿Aún en Madrid? -preguntó ella.
-Sí.
-Déjame ver...
El usuario alzó el portátil y dirigió la webcam del marco de su pantalla hacia la calle.
-Esa es... la calle... mmm... ¿Alcalá? -preguntó ella.
-Sí -dijo él.
-Hazme un favor, cariño. A dos o tres manzanas de ahí, en esa misma acera, verás una pastelería. Tienen las mejores galletas de mantequilla que he probado nunca. ¿Podrías parar un momento y comprarme una caja?
-Sí, claro.
-¡Genial!
-¿Conoce la pastelería que dice mi novia? -me preguntó el usuario.
-Sí señor -contesté.
-¿Con quién hablas? -preguntó ella.
-Con el taxista, cariño.
Detuve el taxi frente a la fachada de la pastelería.
-Espera un momento, cariño. No desconectes, que ahora vuelvo -dijo el usuario justo antes de abrir su puerta. Dejó el portátil abierto sobre el asiento del copiloto y se marchó corriendo a la pastelería.
-¿Hola? ¿Ernesto? -dijo ella.
- No. El señor a descendido del taxi, se ha marchado a comprar sus galletas -dije yo de espaldas a la pantalla.
-¿Eres el taxista? -me preguntó.
-Sí.
-No te veo. ¿Podrías girar la pantalla?
Me estiré un poco hacia la portátil y giré la pantalla sobre el asiento hasta ajustar mi imagen al encuadre de la cámara. Ahí estaba ella con sus ojos azules como platos.
-Hola -dije tímidamente.
-Escucha con atención. Ernesto no puede coger ese vuelo a Sidney.
-¿Perdón? -dije, confuso.
-Viene acá para instalarse aquí, conmigo, pero ahora no puede ser. Es una historia complicada. No hay tiempo para eso. Te pido por favor, Te SUPLICO que arranques el taxi y te marches ahora con sus maletas. Llevará el billete y el pasaporte en el maletín del portátil. A un lado de los boletos siempre trae un sobre con un mínimo de 1000 euros para emergencias, Siempre lo guarda ahí -Sólo por curiosidad miré dentro del maletín abierto. El sobre estaba donde decía-. Tómalo y márchate AHORA con sus maletas, por favor. Prometo compensarte con más que eso si lo haces -dijo visiblemente nerviosa.
―No puedo hacer eso ―dije por respeto a mis convicciones y sin pensar en el sobre con dinero.
―¡Te doy 500 euros más si te vas ya! Te los transfiero ahora mismo a la cuenta que tú me digas ―comenzó a sollozar.
―No puedo marcharme con sus maletas y su ordenador. Podría acabar en la cárcel por eso.
―¡1.000 euros! ―dijo ahora con lágrimas en los ojos.
―Lo siento. Ya viene el señor. Adiós ―dije.
Mi usuario regresó con una caja rosa, abrió la puerta, alzó el ordenador, tomó asiento y volvió a colocarlo en sus rodillas. En ese instante ella giró la cabeza para ocultar el rastro de sus lágrimas. Reanudamos la marcha.
―Ya tengo tus galletas, amor. En unas horas podrás comerlas.
―Sí... ¿puedes girar la cámara otra vez hacia la calle?
―Claro ―el tipo volvió a girar la pantalla hacia la calle.
―No veo nada. Me da el reflejo del cristal. ¿Podrías bajar la ventanilla?
El hombre bajó la ventanilla y acercó aún más el portátil al borde de la puerta.
Ya corriendo por la A-2 el aire comenzó a soplar fuerte contra la pantalla. Tremenda imagen: Una mujer, desde Sidney, buscando arrastrar sus lágrimas con el viento de Madrid.


viernes, 16 de mayo de 2014

CÍRCULO VICIOSO


      …Y la duda sería, que si ciertamente esto fuera verdad, mi realidad sería radicalmente distinta a la que siempre había pensado tener. Porque dando vuelta en una esquina, apenas, esa mujer me miró con asombro. Y no sé cómo, supe: había visto en mi cara los rasgos de un muerto suyo.
      Y lo era, de repente se me llenó la mente con las ideas de otro ser, mi mirar era diferente, mis pensamientos se hicieron malos, a pesar de considerarme instantes antes en el ser más feliz del planeta. Y me miré diferente en el espejo, pero no la imagen, no, esa era la misma; era mi interior el que cambió, mi mirada se perdía en el vacío de la vida. Los diferentes fueron mi sentir y mi pensar. Esa mirada me cambió por completo.
      Se acabaron los días de ir a jugar, a estudiar, a hacer mis deberes, de recibir regaños de mi madre por tener mi cuarto tirado. Ya sólo pensaba en qué frustrante había sido mi vida hasta ahora. Sin haber logrado nada, sin metas, sin horizonte…
      …Y la duda sería, que si ciertamente esto fuera verdad, mi realidad

martes, 3 de enero de 2012

FUE SU CULPA



Cuando encendí el motor, me sorprendí por su sonido, no me lo esperaba, pensé que sería como cualquier otro auto, pero no lo era. El motor ronroneaba en ralentí y al presionar rápidamente el acelerador, soltándolo de inmediato el auto rugía imperioso, deseoso de salir raudo por el camino. Se balanceaba impetuoso con cada apretón del pedal.
Así que con cuidado, retrocedí hasta sacarlo a la calle y lo enfilé hacia la carretera, estaba deseoso de probar su poder, medir su fuerza enfrentándolo a mi valor y mi pericia. Su potencia era exorbitante, y sus respuestas muy predecibles a mi conducción. Era dócil e impetuoso a la vez. Conforme fui conociendo sus respuestas, mis exigencias eran mayores, quería exprimirle toda su potencia, llevarlo a su límite, probar sus inexactitudes cuando rebasara sus limitaciones, pero era mejor auto de lo que yo creía, con un chasis fuerte y rígido, una suspensión equilibrada y dócil dirección que obedecía al más mínimo movimiento sin ofenderse por los bruscos giros que le imponía. Eso me dio más confianza.
Llegué muy pronto al primer destino no planeado, Izúcar de Matamoros en Puebla. Ahí llené el tanque de gasolina, revisé los niveles personalmente y tomé la decisión de ir hasta Oaxaca. Iría por la federal, llena de curvas, llena de pueblitos, con subidas y bajadas. Quería encontrar sus límites, en algún lado deberían de estar, sentir como el auto quedaba fuera de control y usar mis habilidades para sacarlo del mal camino tomado.
Ya era un reto personal, ya apenas había logrado hacerle patinar un poco descontroladamente, pero no había logrado que perdiera su dignidad de auto perfecto.  Y eso era lo yo que quería, que perdiera su dominio para poder decir que lo había domado, que esa bestia salvaje era dominada por mí. Bajé hasta Huajuapan de León y de ahí tomé hacia San Agustín Atenango, pasando por la presa de San Francisco Yozocuta, que ricas curvas, intensas, pero bien trazadas, demasiado bien trazadas.
Cinco horquillas antes de las rectas del vallecito siguiente, y después la última horquilla antes de San Marcos Arteaga. De ahí curvas normalitas todas a mas de 160 kilómetros por hora, los neumáticos rechinando sonoramente en cada de una de esas bellas curvas. Y de repente atravesamos raudamente el Boquerón… Qué lindo puente, si me hubiera bajado, si me hubiera detenido para bajar a la cueva o para pasear por ahí un rato, no hubiera sucedido nada.
Pero no, me seguí sin escucharme ni tantito. Llegué a Tonalá, pasé despacito, con cuidado y apenas saliendo, le di duro al pedal, alcancé los 254 kilómetros por hora, el motor rugía intensamente, melodiosa y escandalosamente, y casi así fue que pasé Atenango, muy rápido, ni tiempo me dio de pensar que estaba pasando por un pueblito, pero no pasó nada, en esos lugares nunca pasa nada. Cuatro calles que se dejan ver desde la carretera. Nada más.
Pero en San Francisco Paxtlahuaca apenitas saliendo de la curva, alcance a ver que algo pasaba sobre mi cabeza, no supe que fue, no escuché nada que no fuera el rugir del motor, pero adelantito me di cuenta de las manchas de sangre sobre el parabrisas. Algo había sucedido, bajé de inmediato la velocidad y por el retrovisor vi como se empezó a juntar la gente a media carretera, eso era peligroso, los podían atropellar. Me detuve, algunas personas se empezaron a acercar al auto, insultaban, golpeaban, gritaban. Cuando quise acelerar, ya no podía sin lastimar a alguien, me bajaron, me golpearon, incendiaron el auto frente a mí, se hicieron justicia, nunca supe que pasó, nuca supe nada más. Seguro fue su culpa, por cruzar sin fijarse, están acostumbrados a que casi nadie pasa por aquí, ya ni voltean a ver, segurito fue su culpa.

miércoles, 28 de diciembre de 2011

SECUESTRO


Poco a poco la luz se me fue metiendo por los ojos, obligándome a  abrirlos. Era lo último que quería, no podía enfrentar la situación en la que me encontraba, no sabía cómo hacerlo. El siguiente golpe, fue tan fuerte, que pensé que se me rompería la cabeza, no fue así. Seguía más o menos entero.
Sólo escuchaba gritos y groserías, como si por el simple hecho de escucharlos pudiera hacer que el dinero apareciera en sus manos. Solo golpes y más golpes y una mísera comida al día, asquerosa aun para mí que no soy delicado para comer. Era claro que traían desperdicios de algún lado para alimentarme y no eran del día, sabían a cebo, a podrido, a viejo.
Ya no importaba mucho en realidad, me era imposible masticar lo que fuera, tenía rota la quijada como resultado de una patada que recibí hace ya como dos meses, el día que me secuestraron, así que solo chupaba lo poco que recibía, no podía hacer mas. No me podía sentar y no me podía parar, lo primero porque la bala alojada en mi nalga me lo impedía, la infección era tan fuerte que me inyectaban sin la más mínima precaución, donde cayera, “solo para mantenerte vivo un poco más” decían, no me podía parar porque estaba prohibido.
Me resistí al secuestro, lo único que logré hacer fue romperle la cara a uno de ellos con una patada, de esas que aprendí en el Taekwondo, por eso me disparó dos veces, “una balita por cada uno de mis dientes de oro que me tirates” se justificó. Pero la segunda solo fue un rozón, el mismo calor de la bala cauterizó la herida.
Estos tipos no alcanzan a entender que dinero en la familia no hay, que todo era pura presumida mía, la camionetota, la llevaba pagando apenas 3 meses y me faltan más de 3 años, de seguro ya hasta la recogieron después de tanto tiempo aquí encerrado y sin pagar nada. La ropa la compré en esa tienda de ropa que vende ropa con aires de muy fina pero bien barata.
Hoy me dijeron que ya se les cayó el negocio y por eso me están golpeando, como si de algo sirviera, dicen que a mi padre, se lo llevó la Federal, que para investigar. Pero dicen estos tipos que en un periódico lo acusan a él de mi secuestro. Segurito mi madre ya se me murió del dolor, por mi padre y por mí.
Me acaban de levantar del suelo, dicen que me van a tirar por ahí, que ya no les sirvo de nada, “nomas gastamos lana a lo pendejo con este güey”, “Jálate tu machete y que no se te olvide la cartulina” esas cosas escuchaba a duras penas entre los zumbidos que llenaban mi oído. El dolor era tan fuerte que deje de sentir, casi deje de mirar entre mis parpados entreabiertos, pero cuando me sacaron a la calle, me di cuenta que estaba como a una cuadra de mi casa. Con razón se me hacían conocidos los tipos, con razón sabían mi nombre, con razón me buscaron a mí.
Me aventaron al carro, me golpearon mil y una vez más, el salvaje que estaba sentado a mi lado me enterró su navaja en el ojo, nada más para divertirse, “ya ni lo vas a usar, ni modo que lo quieras donar para un cieguito” dijo entre risas. Los otros dos muertos de risa, y luego me empezaron a picar por todos lados, poquito, no muy profundo, solo para hacerme daño, no para matarme de plano. Se estaban divirtiendo.
No sé cuanto duró el tormento, pero cuando se detuvo el carro estábamos en descampado, no se veía nada, así que me bajaron, me patearon y picaron incontables veces. “hecha ojo” dijo uno de ellos, “ya me lo voy a quebrar, ya tengo ganas de desquitarme en serio”  con la sangre corriendo en mi rostro alcancé a ver como escribía no se qué cosa en la cartulina, la puso sobre mi panza y levantó el machete, lo bajó directo sobre mi cuello con una fuerza descomunal.

lunes, 26 de diciembre de 2011

TRISTEZA


Eliodoro se levantó junto con el sol, ese día a diferencia de otros, su ánimo estaba mucho mejor, no se sintió vacío como casi siempre. Así que se dirigió al baño y se bañó disfrutando del agua al grado que terminó chiflando una melodía que no existía.
Cuando estuvo vestido, se sorprendió del hambre que sentía, por lo tanto salió de casa y se dirigió con diligencia hacia el cercano mercado, a sólo unas cuantas cuadras de su casa. Rápidamente se dirigió a la zona de la comida preparada y se sentó en la barra del puesto de Doña Agustina, y sin mediar saludo pidió un plato de menudo y tortillas hechas a mano. Comió rápidamente, pagó su consumo y salió a la calle.
Cuando el sol le dio en el rostro, descubrió que nuevamente se hacía presente la tristeza. No encontró satisfacción alguna en lo comido, no encontró razón para sentirse satisfecho. Ya no supo qué hacer, así que empezó a caminar sin objetivo fijo, no iría a ningún lado, no regresaría a casa, sólo empezaría a caminar sin rumbo fijo. Caminó sin mirar a ningún lado, sin fijarse en las personas con las que se cruzaba, sólo caminaba, caminaba, caminaba.
La oscuridad que le rodeaba y lo dificultoso del camino le regresaron al mundo real del que había salido sin proponérselo cuando salió del mercado desde muy temprano, tropezó con algo y al tratar de fijarse en la causa de su tropiezo descubrió que no podía distinguirlo, la noche era oscura, cubierta de nubes, sin estrellas, sin luna, sin los reflejos de ciudad alguna. Mucho habría de haber caminado para estar en un lugar así, desconocido.
Su ensimismamiento lo habría conducido a un sitio desconocido, donde no sabía hacia dónde dirigir sus pasos, si es que tuviera deseos de dirigirse a algún sitio en especial.
No lo tenía, ni le importaba el lugar donde se encontraba, ni si era un buen lugar o si sería peligroso estar ahí. Sólo se detuvo a pensar el porqué le preocupaba el que pudiera tropezar o correr el riesgo de lastimarse, él sabía que estaba triste, no sabía por qué estaba triste, pero sabía que lo estaba. Su tristeza lo arrastraba, lo dominaba y no estaba dispuesto a luchar en contra de ella. Ya formaba parte de él desde hace mucho tiempo; no sabía desde cuando era parte de su día, de su sueño, de su llanto.
Lloraba durante horas hasta que el sueño le cerraba los ojos a las lágrimas; y al día siguiente eran sus ojos abarrotados de lágrimas acumuladas los que le regresaban a la realidad, ya que apenas iniciaba el día, se inundaban nuevamente con las lágrimas acumuladas durante las horas de sueño.
Su tristeza era su vida y su muerte no buscada. Su tristeza era indefinida, no sabía si era por él mismo o por otra persona que él se sentía así. Sabía que no era por descubrirse viejo y sin medios para vivir, porque aunque viejo no era ni se sentía, tenía los medios para vivir, los suficientes para sobrevivir como fuera. Sabía que no era por una mujer, sabía que no era por la muerte anunciada de parientes o amigos, sólo sabía que su tristeza estaba ahí, inamovible, insostenible, insospechadamente triste.
Ahí se detuvo, no había adonde ir, no había nada para esperar. Ahí se detuvo todo.

miércoles, 21 de diciembre de 2011

Seguimos igual...


No, tampoco hoy salió el sol.
O de plano ya estoy ciego y no veo nada, porque Don Alipio me saludo muy cortésmente:

— ¡Buenos días, muchachito! —Me dijo muy amablemente.
— Buenos los tenga usted Don Alipio, —le contesté así porque a fin de cuentas ya ni se da cuenta de si uno le contesta o no, es “sordo como una tapia” para usar un lugar común para explicar lo que le pasa.
— Que se las pase a todo dar —terminé.

Y he sacado una conclusión más; si resulta que ya es de día, y yo ando en el patio como si nada, pues he de ser ciego y ya ni me preocupa si me se el camino a donde sea que yo me dirija. Y por cierto no sé ni a donde voy, pero pues ya me salí de la cama y ya ni modo de regresarme, algo me levantó y ese algo de segurito me va a llevar a donde voy, espero. Y si no, pues de paseo me servirá. Hay que aflojar las piernas, o hacer ejercicio, o de plano nomas perder el tiempo.

Ayer, por poquito y atrapo una idea, hoy tengo flojera de buscarla siquiera, no se me antoja andarlas persiguiendo o discernir que parte es de una y que parte es de otra, pasan tan juntas que se me revuelven; tan rápido y se hacen tan borrosas que ya casi ni las distingo, pero sé que están ahí, todas revueltas, persiguiéndose unas a otras, tratando de confundirme.

Ya tengo una estrategia, me voy a hacer el distraído o el tonto y cuando más despreocupadas estén, voy a atrapar una de las orejas o de donde se pueda, agarraré la que de reojo vea más interesante, a fin de cuentas para eso no necesito verlas.

Creo que ya tengo una estrategia. Pero será mañana ya me cansé de tanto caminar.


martes, 20 de diciembre de 2011

Por razones equivocadas.


Por algún lado tenía que empezar. No tardé en darme cuenta que así como estaba la primer hoja, vacía, no me servía de nada. En realidad las hojas para escritores deberían de tener alguna que otra indicación para poder empezar más fácilmente, sin embargo, no deberían de ser totalmente una guía, porque entonces todos los cuentos serían  iguales, como series de televisión (ahí creo que si las usan así) y no tendría sentido. Así que deberían de ser páginas que sólo sirvan para iniciar el cuento, otras para continuar con la historia y unas cuantas; muy pocas, para terminarlo. Porque hay cuentos que nunca terminan, y no las necesitan, hay otros que nunca son terminados, y otros, los más, que no deberían de ser terminados.
Éste, podría ser uno de esos últimos, ya que sólo es un ejercicio de cómo debería de escribir un cuento. Y no estoy buscando las rebuscadas o simples técnicas para hacerlo, sino que solo quiero divagar en el tema por un rato.
Me gustaría encontrar esas técnicas para poder sacar en un instante esas fugaces ideas de mi cabeza, plasmarlas tal y como llegan, con sus sonidos, colores, sus dolores o alegrías, tal y como hicieron para que mi piel se enchinara, o se sonrojara mi sonrisa, al descubrirlas divagando en mi cabeza.
¿Existirá alguna técnica para eso? Por lo pronto, ésta es lo primero que escribo a la carrera, sin buscarle tres pies al gato y tratando de evitar que se me escape de entre los dedos y los deseos.
Quiero ser más prolífico en el papel, mi cabeza da vueltas a tal velocidad que no me da tiempo de agarrar a la carrera una pequeña idea. Antes de que me de cuenta, ya desapareció tras otra o está escapando por la siguiente esquina, allá, por donde empieza a vislumbrarse la idea de que hoy me gustaría comer sopa de tortillas doraditas con su queso fundido y su aguacate y rebosando de chilitos tostaditos.
¡Chin! Ya se me escapó de nuevo, y lo peor es que luego no me acuerdo, ni de los detalles, ni de sus generalidades, tendré que seguir luchando contra este volverse loco, que ya tanto se me mete por las orejas o no se por dónde.
Lo voy a intentar mañana, a ver si mañana si amanece.