Poco a poco la luz se me fue metiendo por los ojos, obligándome a abrirlos. Era lo último que quería, no podía
enfrentar la situación en la que me encontraba, no sabía cómo hacerlo. El
siguiente golpe, fue tan fuerte, que pensé que se me rompería la cabeza, no fue
así. Seguía más o menos entero.
Sólo escuchaba gritos y groserías, como si por el simple hecho de
escucharlos pudiera hacer que el dinero apareciera en sus manos. Solo golpes y
más golpes y una mísera comida al día, asquerosa aun para mí que no soy
delicado para comer. Era claro que traían desperdicios de algún lado para
alimentarme y no eran del día, sabían a cebo, a podrido, a viejo.
Ya no importaba mucho en realidad, me era imposible masticar lo que fuera,
tenía rota la quijada como resultado de una patada que recibí hace ya como dos
meses, el día que me secuestraron, así que solo chupaba lo poco que recibía, no
podía hacer mas. No me podía sentar y no me podía parar, lo primero porque la
bala alojada en mi nalga me lo impedía, la infección era tan fuerte que me
inyectaban sin la más mínima precaución, donde cayera, “solo para mantenerte
vivo un poco más” decían, no me podía parar porque estaba prohibido.
Me resistí al secuestro, lo único que logré hacer fue romperle la cara a
uno de ellos con una patada, de esas que aprendí en el Taekwondo, por eso me
disparó dos veces, “una balita por cada uno de mis dientes de oro que me tirates”
se justificó. Pero la segunda solo fue un rozón, el mismo calor de la bala
cauterizó la herida.
Estos tipos no alcanzan a entender que dinero en la familia no hay, que
todo era pura presumida mía, la camionetota, la llevaba pagando apenas 3 meses
y me faltan más de 3 años, de seguro ya hasta la recogieron después de tanto
tiempo aquí encerrado y sin pagar nada. La ropa la compré en esa tienda de ropa
que vende ropa con aires de muy fina pero bien barata.
Hoy me dijeron que ya se les cayó el negocio y por eso me están golpeando,
como si de algo sirviera, dicen que a mi padre, se lo llevó la Federal, que
para investigar. Pero dicen estos tipos que en un periódico lo acusan a él de
mi secuestro. Segurito mi madre ya se me murió del dolor, por mi padre y por mí.
Me acaban de levantar del suelo, dicen que me van a tirar por ahí, que ya
no les sirvo de nada, “nomas gastamos lana a lo pendejo con este güey”, “Jálate
tu machete y que no se te olvide la cartulina” esas cosas escuchaba a duras penas
entre los zumbidos que llenaban mi oído. El dolor era tan fuerte que deje de
sentir, casi deje de mirar entre mis parpados entreabiertos, pero cuando me
sacaron a la calle, me di cuenta que estaba como a una cuadra de mi casa. Con razón
se me hacían conocidos los tipos, con razón sabían mi nombre, con razón me
buscaron a mí.
Me aventaron al carro, me golpearon mil y una vez más, el salvaje que estaba
sentado a mi lado me enterró su navaja en el ojo, nada más para divertirse, “ya
ni lo vas a usar, ni modo que lo quieras donar para un cieguito” dijo entre
risas. Los otros dos muertos de risa, y luego me empezaron a picar por todos
lados, poquito, no muy profundo, solo para hacerme daño, no para matarme de
plano. Se estaban divirtiendo.
No sé cuanto duró el tormento, pero cuando se detuvo el carro estábamos en
descampado, no se veía nada, así que me bajaron, me patearon y picaron
incontables veces. “hecha ojo” dijo uno de ellos, “ya me lo voy a quebrar, ya
tengo ganas de desquitarme en serio” con
la sangre corriendo en mi rostro alcancé a ver como escribía no se qué cosa en
la cartulina, la puso sobre mi panza y levantó el machete, lo bajó directo
sobre mi cuello con una fuerza descomunal.