jueves, 26 de febrero de 2009

El Desenlace

La historia está terminada... Ahora está en proceso de registro ante la autoridades, para poder publicarla aqui completa. Espero que pronto puedan leerla tal y como quedó. Un poco de paciencia...

miércoles, 11 de febrero de 2009

Fin de la primera parte

Y sin mediar más palabras, e indicándome con la cabeza que le siguiera, empezó a caminar hacia la bajada que conducía hacia la salida del pueblo. Casi sin suerte, los dos intentábamos evitar caer entre las piedras sueltas del inclinado camino, pero al mirar la cara de extrañeza que seguramente yo tenía en ese momento, el Ingeniero Marcelo me dijo:
— Mira Fidel, yo te invité a comer, porque sé que no estás comiendo bien, segurito a ti te está pasando lo mismo que a mí cuando yo llegué a Santa Úrsula —dijo sonriendo disimuladamente, y casi al instante continuó mientras soltaba una gran carcajada—. Segurito te la pasas comiendo patitas a la vinagre-ta con Jacobo o platos y platos de frijoles con arroz. Te voy a llevar a la casa más bonita del pueblo y vas a saber lo que es comer.
— Se ve que sabe de que habla… —contesté medio molesto, pensado que se burlaba de mí—. Pero en este pueblo no hay casas bonitas, es mas, pienso que usted esta confundiendo a Santa Úrsula con algún otro pueblo, uno de esos que visita tan seguido durante su recorrido.
— No Fidel, No sólo es la casa más bonita, es la más grande y cómoda. Además, es la única que tiene todos los servicios que tu pudieras haber acostumbrado en la gran ciudad, y no sólo eso, es el único lugar en donde se puede comer decentemente aquí en Santa Úrsula —continuó—, y con decirte decentemente me quedo corto, te puedo decir que la comida es muy sabrosa y siempre muy variada. Y antes que me repliques te quiero aclarar que al lugar donde te llevo tiene sus bemoles —continuó, cambiando la expresión de su ros-tro—, te lo digo de antemano, para que no te sorprendas cuando conozcas a la dueña de ese lugar.
— ¿Qué? ¿Esa “dueña” no tiene nombre? —pregunté.
— Si Fidel, lo tiene. Se llama Doña No —contestó sombríamente—.
— ¿Doña qué? —pregunté pensando que tanto silencio no me había dejado escuchar bien lo que dijo el ingeniero Marcelo.
— Doña No, oíste bien, ¡Doña NO! —repitió aquel el extraño nombre, intensificando fuertemente la última palabra y haciendo más grave y profunda la voz para resaltarla aún más.